La poesía de Cristián Gómez Olivares es sencillamente perfecta. Pocas veces se encontrarán juntas tanta inteligencia y sensibilidad. Sus poemas fluyen de lo particular a lo general sin transiciones bruscas.
Desde luego, quien quiera descubrir una voz distinta y personalísima ha de acercarse a su poesía. De lo mejor que ahora mismo se escribe en español.
Nota biográfica
Cristián Gómez Olivares (Santiago de Chile, 1971) reside en Estados Unidos. Ha publicado, entre otros títulos, Alfabeto para nadie (Valparaíso, Fuga, 2007), Como un ciego en una habitación a oscuras (México, Conaculta, 2005), Pie quebrado (Salamanca, Amarú, 2004, Premio de poesía Víctor Jara), Inessa Armand (Santiago de Chile, La Calabaza del diablo, 2002) y Homenaje a Chester Kallman (Luces de Gálibo, 2010). Fue miembro del International Writing Program de la Universidad de Iowa y es padre de Carmen y Mariana. También traduce.
EL JEFE DE OBRA O LOS MISTERIOS DEL HORIZONTE
(demasiados anhelos de escribir en el pasado)
Recuerdo, por ejemplo,
aquellas muchachas que alguna vez perseguimos
hasta sus casas, yo lo recuerdo, hoy son esas señoras
cargando con las bolsas del supermercado.
Nosotros somos un caballero en bicicleta con una
cortadora de pasto, nosotros que las perseguíamos
hasta sus casas, muertos de un ataque al corazón
por las deudas impagas del misterio
Yo lo recuerdo si miro al horizonte.
¿Era entonces en serio?
Las muchachas que perseguimos hasta sus casas
hoy tejen chalecos en una casa de reposo
cobran el montepío en un número de cuenta que no es
el nuestro
ni bañan sus espaldas con el aceite efímero de mis manos
para un sol que impertérrito nunca reparó en sus edades.
Pero si vuelvo a mirar al horizonte las veo otra vez
enemigas de lo absoluto, eternas humoristas
cuando el sol parecía brillar para siempre
en la falda más hermosa y la más vieja
de aquellas muchachas de antaño
casadas con un buen partido del ayer
antes de que el futuro sólo fuera esto.
Yo lo recuerdo, señor capataz.
Hoy soy esas señoras.
Cargando con las bolsas del supermercado.
Cada vez que miro al horizonte.
MUSÉE DES BEAUX ARTS
(otra versión libre)
Por qué no se le puede dedicar un poema al cansancio.
Cuando alguien se muere siempre es el hijo de alguien.
Todo lo que no sea autobiografía es plagio. Y aunque no
hemos asesinado a nadie en la iglesia, aun así se nos acusa
de ampararnos en la belleza del verano para recorrer con
desvergüenza el litoral central, confundiéndolo con las
playas de una normandía que hasta entonces sólo
nos sonaba como un desembarco. Así y todo,
los concesionarios abren desde mediados de
diciembre hasta que el sol nos acompañe:
las bondades del modelo han pasado desapercibidas
para los que insisten en encontrar el santo grial
ya sea en los restaurantes de cartagena, ya
sea entre los que hablan un francés con el
acento indescriptible de
a fin de cuentas, era este cansancio después
de sacar la nieve de la puerta de tu casa,
los ojos irritados por leer los diarios en la
gastada pantalla de tu computador, donde
se comenta la muerte de un niño que siempre
fue el hijo de alguien, las alas quemadas por
haber volado tan alto son la copia que
ennoblece el original: la piel de esos bañistas
que tirados encima de la arena y de la playa
atestiguan con desdén al sol y su autoría.
Te leere, estoy seguro
ResponderEliminarsaludos
alberto