15 de julio de 2010

Cristián Gómez Olivares


La poesía de Cristián Gómez Olivares es sencillamente perfecta. Pocas veces se encontrarán juntas tanta inteligencia y sensibilidad. Sus poemas fluyen de lo particular a lo general sin transiciones bruscas.

Desde luego, quien quiera descubrir una voz distinta y personalísima ha de acercarse a su poesía. De lo mejor que ahora mismo se escribe en español.


Nota biográfica

Cristián Gómez Olivares (Santiago de Chile, 1971) reside en Estados Unidos. Ha publicado, entre otros títulos, Alfabeto para nadie (Valparaíso, Fuga, 2007), Como un ciego en una habitación a oscuras (México, Conaculta, 2005), Pie quebrado (Salamanca, Amarú, 2004, Premio de poesía Víctor Jara), Inessa Armand (Santiago de Chile, La Calabaza del diablo, 2002) y Homenaje a Chester Kallman (Luces de Gálibo, 2010). Fue miembro del International Writing Program de la Universidad de Iowa y es padre de Carmen y Mariana. También traduce.


EL JEFE DE OBRA O LOS MISTERIOS DEL HORIZONTE

(demasiados anhelos de escribir en el pasado)

Recuerdo, por ejemplo,

aquellas muchachas que alguna vez perseguimos

hasta sus casas, yo lo recuerdo, hoy son esas señoras

cargando con las bolsas del supermercado.

Nosotros somos un caballero en bicicleta con una

cortadora de pasto, nosotros que las perseguíamos

hasta sus casas, muertos de un ataque al corazón

por las deudas impagas del misterio

Yo lo recuerdo si miro al horizonte.

¿Era entonces en serio?

Las muchachas que perseguimos hasta sus casas

hoy tejen chalecos en una casa de reposo

cobran el montepío en un número de cuenta que no es

el nuestro

ni bañan sus espaldas con el aceite efímero de mis manos

para un sol que impertérrito nunca reparó en sus edades.

Pero si vuelvo a mirar al horizonte las veo otra vez

enemigas de lo absoluto, eternas humoristas

cuando el sol parecía brillar para siempre

en la falda más hermosa y la más vieja

de aquellas muchachas de antaño

casadas con un buen partido del ayer

antes de que el futuro sólo fuera esto.

Yo lo recuerdo, señor capataz.

Hoy soy esas señoras.

Cargando con las bolsas del supermercado.

Cada vez que miro al horizonte.



MUSÉE DES BEAUX ARTS

(otra versión libre)

Por qué no se le puede dedicar un poema al cansancio.

Cuando alguien se muere siempre es el hijo de alguien.

Todo lo que no sea autobiografía es plagio. Y aunque no

hemos asesinado a nadie en la iglesia, aun así se nos acusa

de ampararnos en la belleza del verano para recorrer con

desvergüenza el litoral central, confundiéndolo con las

playas de una normandía que hasta entonces sólo

nos sonaba como un desembarco. Así y todo,

los concesionarios abren desde mediados de

diciembre hasta que el sol nos acompañe:

las bondades del modelo han pasado desapercibidas

para los que insisten en encontrar el santo grial

ya sea en los restaurantes de cartagena, ya

sea entre los que hablan un francés con el

acento indescriptible de la Alianza: el exilio,

a fin de cuentas, era este cansancio después

de sacar la nieve de la puerta de tu casa,

los ojos irritados por leer los diarios en la

gastada pantalla de tu computador, donde

se comenta la muerte de un niño que siempre

fue el hijo de alguien, las alas quemadas por

haber volado tan alto son la copia que

ennoblece el original: la piel de esos bañistas

que tirados encima de la arena y de la playa

atestiguan con desdén al sol y su autoría.



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