15 de noviembre de 2010

Miguel Ángel Muñoz Sanjuán

Nota biográfica

MIGUEL ÁNGEL MUÑOZ SANJUÁN (España, Madrid, 1961) es autor de los poemarios Una extraña tormenta (Colección Cibeles, Madrid, 1992), Las fronteras (Calambur Editorial, Madrid, 2001), Cartas consulares (Calambur Editorial, Madrid, 2007) y Los dialectos del éxodo (Colección Monosabio, Málaga, 2007). Fue organizador de las Primeras Jornadas de Joven Poesía Española en homenaje a Luis Cernuda (Madrid, 1988), y fundó y dirigió la colección de poesía Abraxas (Madrid, 1989).

Ha participado en las ediciones de la obra poética de e. e. cummings, Buffalo Bill ha muerto (Antología poética 1910-1962, Hiperión, Madrid, 1996), y de Rafael Pérez Estrada, La palabra destino (Hiperión, Madrid, 2001). En el ámbito de la prosa y el ensayo ha intervenido en la edición comentada de la obra de Enrique Gil y Carrasco El señor de Bembibre (Colección Austral, Espasa Calpe, Madrid, 2004); asimismo, ha realizado la selección y edición de los ensayos de Osip Mandelstam, Sobre la naturaleza de la palabra y otros ensayos (Árdora, Madrid, 2005), y los comentarios que acompañan al libro de Juan Carlos Mestre sobre versiones de mitos y leyendas mesoamericanas, El universo está en la noche (Editorial Casariego, Madrid, 2006).

Ha realizado la antología de la obra poética de Juan Carlos Mestre, Las estrellas para quien las trabaja (Edilesa, León, 2007).


Selección de poemas

CORRE EL CIELO


a Osip Mandelstam


Corre el horizonte como lo hacen los pensamientos.

Pero la muerte, ¡oh!, la elegida muerte de las horas

asedia las bocas quietas de silencio.

Ayer nadie pensaba en la locura del cielo,

y alguien sabía de ella, rauda, como la noche en la memoria.


(Una extraña tormenta, Cibeles, Madrid, 1992)


……………….


A Tobias Wolff


la heroicidad del viento

era quebrar los juncos,

sin derramarlos,

en silencio.


(Una extraña tormenta, Cibeles, Madrid, 1992)


……………….



tampoco cesará hoy

la sombra pura de la noche

y de nuevo aprenderemos

el sabor de la espera.


(Una extraña tormenta, Cibeles, Madrid, 1992)



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después del deseo vino el tiempo

con sus inútiles pasiones por reavivar

y días ya ausentes

que parecían comprenderlo todo.


llegó el tiempo coleccionando la belleza

y su desolación.

y así fueron quedando vacíos los recuerdos

con ese silencio infinito del taxidermista.


(Una extraña tormenta, Cibeles, Madrid, 1992)



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DEMASIADAS FRONTERAS



Demasiadas fronteras para un solo corazón.

Demasiadas horas para el deseo que no tiene latitudes.

Sangrar más allá de lo que un alma desea para sí.

Sangrar para salvar los ojos que no se reconocen.

Dejarme cortar las manos para hacerte un lugar en el tiempo.

Dejarme enterrar con aliento si el tuyo no cesase.

Qué altas las sombras impuestas a la carne.

Qué necia la esperanza que con ellas se proclama.


Demasiadas fronteras para un solo corazón.

Demasiadas preguntas cuando está todo perdido.

Elevadas murallas iluminadas por el fuego.

Elevadas condenas para ser ejecutadas.

Doliente acantilado que en su abrazo nos arrastra.

Doliente realidad que con su sueño nos añora.

Qué frontera sitiada antes de ser trazada.

Qué tenue luz tras su oscurecida siembra.


(Las fronteras, Calambur, Madrid, 2001)



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EL NIÑO AZUL SE MUERE



El niño azul se muere. El agua ya no calma su sed.

La luz ya no oye su voz. La tierra ya no tiene sus ojos.

El niño azul ya sólo enciende el silencio.


(Las fronteras, Calambur, Madrid, 2001)



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ESTA ES LA ORACIÓN PAGANA



Esta es la oración pagana de los hombres con miedo.

Esta es la canción que me transita.

Esta es la lluvia que me trae la ruta para la que aún no tengo nombre.


Tras su cortina de agua sale el Sol embarrancando mi mirada como si todo fuese el mar.

Pero si el mar fuese mi dueño

una tromba de agua ascendería al cielo como los recuerdos.

Pero esta es una canción del día y del ahora prohibido.


Mas soy aquí una simple rama balanceando sus preguntas,

y esta oración es igual que una isla desconocida

y a su vez sorteada por yerma.


Esta lluvia me trae escorado para tragarme en tierra firme

como a la canción de las medusas, como al vagar de los cangrejos.


Tras sus versos siempre conocidos y nunca descifrados,

toco las enfebrecidas yemas de los álamos blancos,

la espesa aurora incrustada en los labios de la yedra.


Toda ella fluyendo su agua,

toda ella -como mis dedos de piedra

que adivinan los porosos suelos que aún se redimen bajo mis pies-,

canta buganvillas.


Canto y me estremezco en esta oración de la sal y de los hombres,

en esta atalaya cubierta por el mudo musgo de las baladas jamás recitadas.


Canto y destruyo la vida y el miedo,

los ojos y la luz de la tormenta,

el fango y el silencio de la resignación.


Esta es una oración cantada

para los hombres que caminan por los bordes del miedo con sus teas encendidas,

con su palabra de sueño y esperanza, con su morral de guijarros marinos

y frutos silvestres recogidos en soledad.


(Las fronteras, Calambur, Madrid, 2001)



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PALABRAS CONTRA EL GUARDIÁN



Palabra contra el fuego es mi palabra.

Pan son mis manos de tierra,

pan que he comido y como y cuya masa es la carne de mis manos,

pan cuya sombra es la cosecha amarga y antigua

de los ojos que roturaron los campos a través de mí.


Estas palabras ya sólo albergan pasado,

antiguas como la nieve que duerme en los neveros de mi abandonada e inexistente casa,

blanquecino reflejo que moja y oculta las sendas impuestas por las que sin saberlo caminé.


Éste es el hogar del tiempo sin pretensiones,

la hogaza humeante de los niños felices,

el huerto ajeno y profanado mientras duerme el Guardián.


Palabra contra palabra es la dicha que da significado a la llama,

que aviva y conserva el rescoldo convertido en vino y en sal.

Palabras como el pan que busco todos los días bajo mi lecho,

sobre mi espalda de trilla añeja,

junto a la escoba de pobres tamujos

que conmigo quemarán lo que yo he de barrer.

Campos y siegas extrañas, ácidas ciruelas y oscuras corrientes

que aún comprometen con la muerte desde el caz,

que aún aguardan en las acequias a los inocentes,

que aún convocan ánimas en los pretiles del pilón.


Hoy se ha fugado el que vigila,

el que cercena los rayos de luz,

el que recauda en su molino los diezmos por respirar.


Nadie ha venido conmigo hasta el árbol donde no se olvida.

Nadie quiso arrancar los tocones podridos que reventaban las albercas construidas con fe.

Nadie ha venido, y se han mezclado la grama y el grano,

la luz y su espada,

mi mano y la piedra, depositarios de virutas y desolación.


Nadie ha venido, y así se ha nutrido el vacío hasta quedar inerte la esperanza.


Palabra contra palabra es esta horca, es el surco que abre el azadón:

únicas plegarias que todavía poseo para pedir que llegue el recuerdo de los recuerdos,

para que arriben mi boca y sus estancias,

mi cuerpo y sus racimos,

mi sombra de reo,

mi agua de oasis y llaga en la piel del furtivo cepo,

mi dolor de lo lejano y sangre de lo próximo,

mi amor anterior a todo lo que se me dio como sagrado.


El tiempo nos ha hecho llegar a todas sus moradas,

y allí fuimos quedándonos:

allí,

allí:

Ha vuelto el Guardián.





(Los dialectos del éxodo, Colección Monosabio, Ayuntamiento de Málaga, 2007)


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LAS JORNADAS ALUMBRADAS DE AMIJÁI



Todo lo que se busca se pierde,

inmensidad tan intensa como oír al eco devolvernos nuestro nombre.


Tú me hablabas de guerras, Amijái, pero de qué guerras,

si dentro de mí ya creía anidar espejismos y pedregales:

desiertos en los que su espíritu me decía: –Ven solo, pues solo eres:

horas que aún recuerdo:

mi padre arreglando mis zapatos tras quitarles el barro pegado:

sencillas y amargas suelas renombrando sus costuras:

día tras día de los viejos caminos hacia todas las escuelas del deseo.


Todo era ese momento eterno,

todo era la existencia que se alzaba ante la noche,

todo era la guerra de mi sangre expoliada.

La vida era ir descubriendo, muy a pesar nuestro,

que la muerte existía cosida a nuestra lengua,

a nuestros sentidos siempre dispuestos para comprender lo desconocido.


Mas ya no había misterios.

Todo lo que deseábamos hacer nuestro ya era de todos:

repetida oscuridad una y otra vez desde nuestras oscuridades.


Amijái, mi querido y pequeño Amijái,

qué guerras dijiste que nos destrenzarían,

qué crepúsculos renacidos dijiste que nos darían pan sin futuro y húmeda harina.

De qué dolor sin corazón me hablaste, Amijái, de qué premonición sin cuerpo.

De qué “todo” separabas con cuidado la palabra volver,

para desde ella dar luz a nuestras jornadas.

De qué asombrada realidad te alimentabas junto al silencio, Amijái:

mi querido y pequeño destino: mi Todo.



(Los dialectos del éxodo, Colección Monosabio, Ayuntamiento de Málaga, 2007)



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PRIMERA CARTA CONSULAR O PARLAMENTO SOBRE JASÓN



El perro Jasón es tuerto como un poeta ante el futuro.

Llora como lo hacen los padres por sus hijos,

se crece ante el dolor, y vuelve a gemir

ante la inmensidad de su hueco ojo.

El viejo Jasón no vale más que los restos perdidos

de un desconocido náufrago,

pero el perro Jasón ríe y llora

como lo hacen los hijos de los náufragos

ante la sonrisa desdentada de sus padres.

¡Pan duro para el perro Jasón! –gritan los niños por las calles–,

y el pan duro que reciben es duro y humano como los días humanos.




Así podría comenzar la historia de un pueblo

o el nacimiento de un alma.

Así podría firmarse un destierro

o la muerte de una civilización.

Pero estas no son palabras con las que dar o quitar.

Esta es una lucha entre la duda y la esperanza,

es la sed que convoca a las cenizas,

estas son las pupilas del que escribe y lee misivas bárbaras.


Así también podría iniciarse la derrota de un hombre,

o el primer beso que acontece al unísono en el mundo.

Pero estas palabras no son tratado

que fije las normas de cómo nace el crepúsculo.

Toda esta realidad es una entrega y un despropósito:

amar y morir para continuar amando y muriendo.


Así también podría dar comienzo esta historia.




Todo terminará separándonos, hijo mío, todo.

Llegarán los barcos con noticias.

Luces y amarras que no comprenden el silencio.

Niños que con dificultad concilian el sueño de los extraños padres.

Un día llegará una nave que emule a la desaparecida Argos.


Hijo mío desde el día primo de mi ciénaga,

aliméntame después de que llegue la voz sedienta,

tranquilízame en las ruinas que antaño presencié como infinitas.

No olvides mi nombre, como yo no olvidaré el tuyo.


Y las piedras continuarán rompiendo el sueño del mar

en los atardeceres sin lumbre,

amargor de los muros que no conocieron las estrellas de poniente.

Todo terminará separándonos, hijo mío, todo.

Pero cuando arribe ese sueño,

revíveme en limo, como loco abandonado por su cauterio,

como si hubiese perdido esa ajena y enamorada daga sin hoja

que hundir en mi propia vida.

Surge ante ti mismo con la naturalidad de la lluvia,

sencillamente dándote y empapándome,

pues ya no estaré, yo que me creí por siempre en tus llamas.


Ahora, cuando las cenizas ya solo sustentan su realidad,

sonrío entre la tristeza y la ternura,

y deseo ser tan tuyo como mi sombra lo es de tu nombre,

niño despierto, pasión en mi rada futura.




Y así también podría comenzar esta historia,

sabiéndose reescrita como otras muchas cartas.


(Cartas consulares, Calambur, Madrid, 2007)





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SEXTA CARTA CONSULAR O CANTO DEL TEJEDOR DE PALABRAS



Qué sola está la lluvia que alimenta deseos.


He comido el perdón con manos enfermas,

he llamado a la voz antigua que no conozco,

he recogido todas aquellas cosas que no entiendo

pero me son necesarias.


Ahora, mis juegos de amor

y lenguas vernáculas con las que te amé y me ofrecí

ya no son míos.


Te di la luz que no sabía para mí,

e igual que la nada significa cosa nacida,

así en todo me gratifico sabiendo esperar sin tu presencia.


He bebido el inhumano polvo de la tristeza,

la soledad de los desiertos.

Mi razón teje oraciones que se llamarán bersebas,

y sueña con el cielo que alimenta a las aves y es tumba de cometas,

e intuyo que en cada estrella hay una herida inocente

como llaga deslumbrante ante la decadencia de mi especie.


Qué sencillo apreciar la paz

con la que renace la sombra entre los tallos,

y qué difícil resistirse al odio en el miedo de los hombres.


Cuando un corazón busca su leyenda,

todo se vuelve a narrar solamente para él,

mas yo ya no sé cuál de ellos es mi latido.


Esta es la hora en la que venero a mis muertos

y me reconozco en la vida.

Este es el tiempo en el que tengo sed de promesas

y vergüenza del tiempo.

Estas son las palabras con las que dudo

al pronunciar con gusto su sencilla cadencia;

años que inauguran la nueva jerarquía de las estaciones,

donde veo lo que ya no puedo ver,

donde estoy cuando ya no puedo estar.




A la muerte hay que hablarle con sus palabras.

Los hombres heridos son mi herida,

mas hoy necesito la luz que me habite desde los bosques.

Los hombres que ríen me dan su aliento,

mas hoy necesito la huella firme de los decididos.

Los hombres valientes me endurecen,

mas hoy necesito la certeza húmeda que conversa con las nubes.


A la muerte hay que hablarle con sus palabras.

Mas si alguien me pregunta: qué palabras son esas, yo le diré:

soy un hombre, y traigo a la muerte de la mano.

En el reino de Hades, la vida es un perro tratado a patadas.



(Cartas consulares, Calambur, Madrid, 2007)



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OCTAVA CARTA CONSULAR O TRATADO DEL QUE DESCRIBE DESCONOCIDAS CARTAS TOPOGRÁFICAS



Invocarte es dudar del curso de los ríos y de mis arterias.


Siempre deseé la mano invisible de los mensajeros

para destejer la sombra de las fronteras aún no pronunciadas,

para poder escribirte en el idioma de las lenguas muertas,

para ser el aliento de los extraviados que aguardan un sí.


Lejos de los meandros en flor, el aroma dulce de los campos

sabe a la estela incierta de los cargados estambres,

pues al igual que el expatriado intenta tocar el impoluto cielo,

mi edad oscura se aleja de mi costa sin luz ni mandatos,

implorando una tierra que, aunque enferma,

consienta en ser la suya.


Ya no besaré más mis recuerdos,

ya no desearé más lo deseado:

el ruido del desierto es la desnudez;

como el destino, son mis manos;

así es mi voz, pozo y salina de todo,

garganta de mi clamor contra la codicia de los mercaderes.




No me avergüenza el tiempo,

por ello pronuncio con gusto la palabra amigo.

Ha llegado la hora en que de nuevo sea posible

levantar fuertes y atravesar erguidos puentes, barbacanas,

en esta hora en la que la vida es ganar tiempo

para continuar recordando.


¿Desde cuándo mis antepasados creyeron en este dios,

desde cuándo guardo una reverberación cautiva,

desde cuándo el hijo es el padre?

Esta es la historia que habita mi existencia;

así da comienzo el silencio

y solamente él lo sabe,

pues cada corazón teje su propia leyenda

y describe sus desconocidas cartas topográficas.


Ganar al tiempo es poner límite al recuerdo,

es buscar a un hombre que hable como un pueblo entero,

es la noche oscura que deja caminar entre sus trochas abiertas

a la irrealidad que nos mantiene,

es abrazar a un hombre

que riega los días con sangre similar a la tuya.


Mi soledad, herida y sanación ajena,

es la parábola por decantar entre las fiebres.

Preguntar por qué es siempre haberse creído un hombre,

ahora que habría de haberme dado cuenta

de que ya ha llegado la era de los descendimientos.




(Cartas consulares, Calambur, Madrid, 2007)



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DÉCIMO TERCERA CARTA CONSULAR SOBRE LAS PALABRAS QUE UN DÍA PRONUNCIARÉ



El pájaro abrió entre su pecho las palabras.

Susurraba el plumón ante el hombre aterrado.

Ante el hombre engullido por su vergüenza.

Ese día perdieron su quietud las nubes

y la brisa prendida a sus alas

sangró como un último llanto de mariposa.

Todo fue extraño en esa tierra.

Gentes que hablaban igual que mi voz se pierde.

Manos que tomaban las cosas

como lo hace el miedo de los desesperados

cuando roba las frutas ajenas que ya podridas caen al suelo.

Todo era extraño y por ello normal.

Muchos más pájaros fueron cazados.

Numerosos atardeceres se dejaron secar.

Tú y yo de nuevo nos encontramos

ante el animal que dijo habernos sido antes:

como la misma ave con su misma lengua de aire.




Los muertos hablan antes de morir.

Pronuncian palabras como las que mi padre dijo,

como las que yo también un día pronunciaré.


Son la voz y la espada entre las manos,

son pan de padres ya muertos,

son hijos de padres presentes.


Palabras encendidas con la leche de los hombres,

silencios como la grasa de los árboles,

dolor y encuentro deseado,

temor y abrazo que nos desconoce.


Pero todos los muertos hablan antes de morir.

Así lo hizo mi padre.





(Cartas consulares, Calambur, Madrid, 2007)




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DÉCIMO SEXTA CARTA CONSULAR O RITUAL DE LAS MERCANCÍAS NOCTURNAS



Antiguas factorías como almas desconociéndose.

Deshabitadas miradas, anodinos descampados circundantes.

El ritual de la vida hace sus recintos abandonados

como incumplidas promesas.

Ventanas, paredones, nada pues con vida.

Entre todo ello, ya no se oyen voces ni labores,

nada se teje ni se cuenta

como es natural entre los míos.


Todo hombre tiene una historia que contar,

un lugar, una espera, un aliento.

Y nada se hace, nada se labra,

como aparcero que simienta soledades.


Esta es una tragedia,

un trabajo sin días y manos sin trabajo.

Esta es una tragedia en la que verse morir.




Palabra que frecuentáis mis cazaderos,

buhonera con mercancías sustanciosas

ahora despreciada por la noche;

cuanto más en falta siento el ancestral pulso,

más firmes aquellos muros de refugio y secadero

para el alma que se precipita

desde lo nunca encontrado.


He sentido cerca lo inexplicable y perseguido.

Lo que sin ser visto escapa.

Volver será de nuevo lo conocido,

como dejar atrás una huella

que ya careciese de importancia ante el silencio,

mientras pido sin derecho a confundirme

y aspiro a poder vivir con sinceridad

ese tiempo que pretendo.







(Cartas consulares, Calambur, Madrid, 2007)










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